FOUCAULT fue certero:
“No creo en absoluto que nuestra sociedad sea democrática. Si uno entiende por democracia el efectivo ejercicio del poder por una población en la que nadie esté dividido u ordenado jerárquicamente en clases, es absolutamente claro que estamos muy lejos de la democracia. Es también claro que vivimos bajo un régimen de dictadura de clases, un poder de clases que se impone a sí mismo mediante la violencia, siempre cuando los instrumentos de esa violencia son institucionales y constitucionales. Y esto ocurre en un grado que impide que exista una verdadera democracia”.

Un 25 de noviembre de 1973, mientras otros chilenos eran torturados o asesinados, un sonriente Lalito Frei entregaba al
ministro del interior de la dictadura, Oscar Bonilla,
nada menos que 5 días de sueldo, no de él, sino de su centenar de trabajadores afiliados al sindicato profesional de su empresa Sigdo Koppers, para la “reconstrucción nacional”.

Su coalición política, durante 20 años, entre otras medidas estratégicas, ha acentuado la concentración del ingreso nacional en unos pocos bolsillos, ha lucrado con el dinero de todos y ha corrompido la acción de instituciones públicas, ha fortalecido el carácter pro-patronal de la legislación laboral, ha cimentado un régimen penal y procesal que favorece la impunidad de los ricos y acrecienta la represión sobre los más modestos, ha militarizado la policía predisponiéndole para reprimir movimientos sociales y sus agentes continúan asesinado mapuches y trabajadores.


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