FOUCAULT fue certero:
“No creo en absoluto que nuestra sociedad sea democrática. Si uno entiende por democracia el efectivo ejercicio del poder por una población en la que nadie esté dividido u ordenado jerárquicamente en clases, es absolutamente claro que estamos muy lejos de la democracia. Es también claro que vivimos bajo un régimen de dictadura de clases, un poder de clases que se impone a sí mismo mediante la violencia, siempre cuando los instrumentos de esa violencia son institucionales y constitucionales. Y esto ocurre en un grado que impide que exista una verdadera democracia”.

Educación para la ciudadanía.


EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA.

“Esta impotencia de la legítima instancia política ha convertido a nuestras asambleas legislativas, supuestamente soberanas, en un espectáculo basura en el que sólo discuten los que están básicamente de acuerdo en que hay ciertas cosas que no pueden ser discutidas: todas aquellas que dependen o que afectan a la economía.

   Mientras los parlamentarios buscan temas sobre los que discutir (las células madre o la lucha contra el terrorismo), los ministros de Economía declaran no sin cierto cinismo que hacen la política «que hay que hacer», pues, en efecto, la economía capitalista tiene sus reglas, sus necesidades y sus razones, aunque éstas no suelen coincidir con las razones y necesidades de las personas”.


“…para volver convincente la «ilusión de la ciudadanía» en estas condiciones son necesarios verdaderos imperios mediáticos con un ejército de miles de periodistas e intelectuales. Hay tanto cinismo en su discurso que hemos terminado por acostumbrarnos y considerarlo normal y realista. Los mismos que se encargan de alimentar día tras día la «ilusión ciudadana» (en lugar de denunciarla y combatirla) son los que se autoproclaman incondicionales defensores del Estado de Derecho.

   Y en cambio, se mira con mucha suspicacia a los que intentan llamar la atención sobre todo este tinglado ideológico que ha convertido la ciudadanía en una estafa. Se sospecha que se trata de izquierdistas con un oscuro y atávico resentimiento hacia la división de poderes y una inclinación instintiva hacia el totalitarismo estalinista.

   Este juego de manos se ve facilitado por el propio empecinamiento de la izquierda en meter la pata con el asunto del derecho «burgués». La estafa habría resultado mucho más difícil si la izquierda no se hubiera empeñado tan alegremente en regalar al enemigo el concepto de Estado de Derecho. Lo que había que haber hecho, al contrario, era demostrar que semejante proyecto es imposible bajo condiciones capitalistas de producción. Poner en evidencia a todos los que, diciendo defender el Estado de Derecho, no defienden, en realidad, más que unos privilegios históricos, del mismo modo que podrían defenderlos genéticos. En resumen, lo que habría que haber hecho es denunciar y desmontar la «ilusión ciudadana» que ha sido, al menos durante la segunda mitad del siglo XX, el arma ideológica más potente y eficaz del Primer Mundo”.


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