“En medio del Alejo Barrios conversan dos hombres y una mujer. Los tres jóvenes conversan en medio de la muchedumbre que grita consignas en la primera manifestación autorizada en contra de la dictadura, la ha organizado la Alianza democrática.
Ellos, sin ocuparse mucho de lo que pasa a su alrededor, conversan; el más rubio dice: ‘... no, yo no puedo irme, entro al internado en marzo, y si me voy pierdo todo y eso no se lo puedo hacer a mi familia. A mí ya me relegaron así que no, no puedo irme’. Ella dice ‘yo me voy, si me quedo me van agarrar y eso no voy a dejar que pase. Eso nos va a pasar a todos si no nos vamos de aquí’.
El hombre de pelo negro asiente ‘eso es lo que hay que hacer, irse’. Se abrazan los tres y el rubio dice "si me preguntan por ustedes diré que me caen mal".
Cuando llegué a Concepción me maravillé con esa ciudad tan grande con tanto comercio, similar
al de Santiago, pero con un cierto encanto que lo conjugaba el paisaje -sobre todo el río- y la incansable lluvia. Yo había pasado por aquella ciudad un par de veces camino a Chiloé y no conocía a nadie salvo a un par de amigos de mis padres.
Había salido un tanto apurada de Valparaíso, no había tenido tiempo de despedirme de nadie y la
verdad es que eso no era muy importante en aquella época. Me habían expulsado de la Universidad y me buscaban, por lo tanto el ofrecimiento de la dirección de irme a trabajar al
sur no me pareció descabellado, más bien era la mejor salida.
En la cuenca -como se le denominaba a toda esa zona- el Partido y la Jota habían tenido
recientemente una fuerte represión; como resultado de aquello, se había inmolado, en las afueras de la Catedral de Concepción, Sebastián Acevedo, denunciando la tortura y reclamando la libertad de sus hijos detenidos por la “Central Nacional de Informaciones” [Policía política de Pinochet].
Así que, habían enviado a todo un nuevo equipo de compañeros para hacerse cargo de las diferentes direcciones regionales Concepción, Talcahuano y Lota.
A mí me correspondió ir a trabajar a Talcahuano. Me fui a vivir a una pequeña casa más
allá de la Feria Monumental, en el camino que comunica Concepción con Talcahuano, era un buen lugar, relativamente tranquilo, con mucha locomoción, había que caminar un par de cuadras para llegar a la casa, fácilmente podías darte cuenta si te seguían o no.
Así, sin ni siquiera darme cuenta, a los 20 años pase a la clandestinidad, era una vida agitada en la cual había demasiadas cosas que hacer, reorganizar la Jota; más que reorganizarla -eso era muy pretencioso- había que revincularla, entre las distintas bases y la dirección, pero además había que hacerla crecer. Me puse a trabajar en ese mundo nuevo que era para mí esa ciudad, esa gente, esa vida, de Valparaíso sólo me enteraba por las noticias de la Bío-Bío.
En una reunión con el Partido conocí a una compañera, era una mujer atractiva cercana a los
40, por ahí, era al igual que yo en la Jota, la única mujer en la dirección regional así que rápidamente nos hicimos compinches, claro que sólo nos veíamos en aquellas instancias en las cuales había poco tiempo y ningún espacio para hablar de cosas que no tuvieran relación con el ámbito político, pero aún así siempre había algo de que reírse y ambas lo hacíamos a mandíbula batiente.
La tarea de revinculación y de crecimiento en la Jota seguía viento en popa, cada vez eran
más y eso se notaba en las Universidades, en las poblaciones, en Huachipato en la Usina. Yo seguía asumiendo mi nueva vida, apropiándome de mi personaje y deslavándose cada vez más mi vida interior, es que la clandestinidad es un poco eso, asumir ser otra abandonar lo que eras y en la medida que eres capaz de cortar con todo lo anterior, tienes más posibilidades de mantenerte con vida. La clandestinidad es una experiencia de soledad y desarraigo.
Leía, leía mucho, pero la lluvia, la constante llovizna me producía una enorme tristeza, por ello, a pesar de la constante advertencia de no crear vínculos, invariablemente en esa soledad me acercaba algunos lugares más de lo conveniente, uno de ellos era la casa de varios compañeros que vivían con su mamá en Hualpencillo. Ella era mujer afable, cariñosa y acogedora; en su casa encontraba ese calor que había perdido, siempre había una tasa de té o un plato de comida no importaba la hora que llegarás.
“Dormía un poco intranquilo desde hacía días sabía que tarde o temprano llegarían a buscarlo,
no fue como se imaginaba. Llegaron en la noche se lo llevaron sin mayores aspavientos,
pensó "estos me van a sacar la cresta, pero no me matara, sino me hubieran
secuestrado". Nunca pensó lo dura que sería la tortura, ni menos que la resistiría.
Dolía, ardía y sobre todo la sed, mucha sed...”.
Se había organizado una acción de propaganda en un lugar donde estaban instaladas muchas
pesqueras, allí trabajan muchas mujeres las 24 horas del día, se organizan en turnos. Las contrataban mayoritariamente para pelar el pescado, les pagaban muy poco, las condiciones eran pésimas y las normas de seguridad eran una anécdota.
A muchas mujeres, por no usar guantes, se les pelaban las manos, por lo tanto debían dejar de trabajar y esos días que demoraban en sanar sus manos no se los pagaban.
Además de todo aquello, los jefes se aprovechaban de las más jóvenes acosándolas sexualmente;
las que no accedían a sus requerimientos eran despedidas por cualquier causa.
Se decidió hacer una acción de propaganda, en la cual se repartirían panfletos y gritarían consignas básicamente por la defensa de los derechos y reivindicaciones de las trabajadoras. Se organizaron piquetes a la salida de las pesqueras, que repartían propaganda. La primera acción algunas mujeres nos miraban desconcertadas, otras recibían la propaganda y salían rápidamente. Algunas se asustaban y botaban los panfletos que les entregábamos, pero otras tomaban esto
con simpatía.
La primera de estas acciones resulto un éxito, quedamos muy contentos y empezamos, a hacerlo
más habitualmente. También comenzamos a contactar algunas de las trabajadoras que eran conocidas por militantes o tenían cercanía con la Jota o el Partido.
Fue un trabajo intenso de organización, me gustaba. Me fui involucrando más y más en la vida de aquellas mujeres.
“Había vuelto del exterior todo había cambiado a su regreso, su entorno, esta ciudad que no
era de él y que le había gustado alguna vez, era donde debía vivir. Cuando llegó sólo se le ocurrió, ir a refugiarse al departamento de sus amigos de siempre. Eran estudiantes universitarios, allí sentía el calor de hogar que había perdido”.
Cada cierto tiempo me tocaba viajar a Santiago a reuniones con la dirección de la Jota, a veces lo hacía sola y otras acompañada con los compañeros de los regionales de Lota o Concepción. A veces, cuando me quedaban horas libres -entre mi llegada del sur y las reuniones- me daban ganas de viajar al Puerto, pero nunca me atreví, habría sido una irresponsabilidad. Sin embargo, más que por ello, mi decisión de no pisar Valparaíso tenía que ver con cierto instinto de sobrevivencia y también con el miedo de enfrentarme a algo que ya me parecía ajeno e
intimidante; muchos de mis compañeros habían caído o ya no estaban, pues, al igual que yo, se habían ido.
En una ocasión me tocó viajar sola, llegué a Santiago cerca de las siete de la tarde, me quede
cerca del Terminal, pues mi contacto era a las 8 de la noche en la Estación Central. Mala hora, mal lugar -pensé- cuando me dieron el vínculo.
Llegué al contacto, mire a mí alrededor y, ¡horror!, en la otra esquina había un amigo de Valparaíso; era evidente que estaba en lo mismo que yo: esperando un vínculo.
Decidí caminar darme una vuelta, me aborda un tipo. Me alejo de él, pero el tipo me seguía molestando, la situación se ponía color de hormiga, pues evidentemente mi contacto no se iba acercar con el tipo molestándome. Seguí caminando, sin mucho saber que hacer y veo que mi amigo cruza la calle; empuja al tipo y lo increpa "que te pasa; creís que la cabra anda sola". El hombre se asustó, le tomé la mano a mi amigo y nos alejamos riendo. Nos fuimos de ahí, efectivamente él estaba esperando un vínculo que no era yo, pero estábamos tan contentos de vernos que nos fuimos a comer a otro lugar. Nos quedamos toda la noche hablando, éramos
dos locos que no parábamos de hablar, de acordarnos de Valparaíso. Al otro día muy temprano llegué al vínculo de rescate, al compañero que me fue a buscarle dije que había perdido el bus el día anterior. La verdad que había sido irresponsable, pero me había hecho tan bien encontrarme con un viejo amigo, por unas horas había vuelto a ser la de siempre.
“La sed la siguió durante días, todo el tiempo que permaneció allí, pensaba qué estaría
pasando afuera, cómo estarían sus padres y su pololo. Nunca pensó que los dinos sabían tanto, le habían mostrado fotos. Pensó: nos tienen a todos identificados, le dieron ganas de reírse”.
Volví a Talcahuano después de la reunión con la dirección, me habían dicho que me cambiara de casa, la situación en el Puerto era mala y habían seguido buscándome, así que debía tener más cuidado. Cuando escuchaba esto pensaba, “supieran que acabo de juntarme con un amigo del Puerto”.
En Talcahuano ya me estaba acostumbrando y la casa en que vivía era tranquila, sentía que no
tenía porque temer, yo no era tan importante. Así que no hice caso, seguí viviendo en la misma casa. Ya tenía una rutina, tenía toda la semana ocupada, el regional estaba creciendo y armándose, seguía trabajando con las mujeres de las pesqueras, me gustaba particularmente ese trabajo político.
Los días domingos me iba al cine, nunca me había gustado ir al cine sola, pero ya me había acostumbrado. Los individuos tendemos a construir nuestra vida de rutinas y yo no era una excepción, uno se acostumbra a todo.
“Lo secuestraron en el centro de Santiago al medio dio, fue rápido, menos de 5 segundos cuatro hombres lo amordazaron y metieron dentro de un auto, él forcejeo, pero lo aturdieron. Su cuerpo quedó destrozado. Le explotó una bomba, cuando la estaba manipulando, eso dijeron los diarios”.
Llegué al negocio de la esquina, me gustaba comprar esas longanizas tan ricas que vendía el viejo -en mi vida he comido más longanizas que en aquella época- repentinamente estacionaron varios autos frente a mi casa, se bajan unos hombres e ingresaron violentamente a la que hasta ese momento había sido mi casa. El viejo me mira, me entrega las longanizas y el vuelto, salí sin
apurarme caminé en dirección contraria sin mirar atrás di vuelta la esquina apuré el paso, las cuadras se me hicieron interminables. ¿Qué estaría haciendo el viejo del almacén? ¿Había ido donde los Dinos a decirle que me había ido por el otro lado? Llegue a Colón, tomé la primera micro y desaparecí de allí.
Llegué a Concepción me metí al mercado, tome algo, pensé donde ir, pero llegar a la casa de gente de la Jota con la cual trabajaba era una locura. Así que decidí, dejar un mensaje avisando la situación a los compañeros de la dirección de la Jota y otro en el buzón que tenía con los viejos del Partido, tenía que esperar a lo menos un día, para hacer contacto. Me metí al cine a ver
una película; una de las principales normas que te inculcaban era que siempre anduvieras con plata por cualquier imprevisto, afortunadamente había seguido esa regla. Tenía un poco de dinero, busque una pensión cerca del barrio universitario, alquilé una pieza por una noche, compré los diarios. Las horas se me hacían interminables, decidí salir a llamar al buzón que teníamos de la Jota, había un mensaje: habían allanado algunas casas de compañeros y tomado
detenidos.
Al otro día salió en los diarios que se había producido un “enfrentamiento” cerca de la Feria
Monumental, en el cual habían muertos cinco extremistas -eran mis compañeros de la Jota que habían sido detenidos- la verdad empezó a emerger al poco rato, pues la madre de uno de ellos -que vivía en Hualpencillo- había denunciado su detención, algunos testigos dijeron que los jóvenes habían sido ejecutados.
Estaba con una sensación extraña de angustia, de pena, de culpabilidad, así me dirigí a hacer mi vínculo de rescate con los viejos.
Era un día luminoso. Caminando por una calle poco transitada de Concepción cerca de la Estación, hice contacto con el Partido. Quien había ido a mi encuentro era la compañera de la Dirección de los viejos, nos abrazamos y caminamos de la mano un rato. En una plazoleta estaba una mujer con su hija pequeña, la niña jugaba, repentinamente corrió y su madre la llamó "¡Isabel! no te alejes". Al escuchar esa frase se me pasó mi vida entera como una película por la cabeza, hacía tanto tiempo que no escuchaba ese nombre, y pensé en las calles de Valparaíso, en mis amigos, en mi familia en la vida que había dejado y sentí una profunda tristeza y me di cuenta que nada sería lo mismo, que yo había cambiado y ciertamente todo aquello también.
Con la compañera del Partido después de mucho merodear y verificar que no nos seguían, nos fuimos a una casa, nos reunimos con la dirección regional del, Partido y algunos compañeros de la Jota, tratamos de elucubrar como nos habían descubierto, se tomaron las medidas para que no siguieran más detenciones, se organizó un comité de emergencia.
Se decidió que yo viajará, que saliera de la ciudad. Luego de una semana me fui de la Cuenca, desde el Terminal de Concepción. Me fue a dejar un compañero fingiendo que éramos una pareja. Otros dos compañeros estaban en el Terminal, ellos tenían la misión de vigilar que no ocurriera nada extraño, con uno de ellos cruzamos un par de miradas. Habíamos trabajado juntos y nos habíamos hecho amigos, nuca supo como me llamaba, ni de donde era, sin embargo
conversamos mucho sobre todo de libros. Tomé el bus que venía a Santiago, nunca más volví a ver a ninguno de los tres.
P.D.:
El rubio se paso años en la cárcel, finalmente lo soltaron, el de pelo negro murió destrozado por una bomba y ella nunca más volvió.
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[Extraído de:
“Del Y va a caer al no. La juventud de Valparaíso durante los 80s”.
Ediciones Colectivo 19 de noviembre, Valparaíso, 2007, págs. 115 y ss.]