En 1985, durante la dictadura empresarial-militar chilena, un tribunal militar de Valparaíso ordenó el encarcelamiento, en la cárcel pública porteña, de un grupo de jóvenes de Izquierda. El 19 de noviembre de dicho año, bajo tal cautiverio, Gonzalo Muñoz Aravena, joven estudiante de 19 años, fue asesinado.Como relata su madre, había sido detenido “en una excursión, el 8 de febrero del mismo año, con un grupo de amigos y algunas niñas. Fueron sometidos a todo tipo de vejámenes, golpes, puntapiés y simulacro de fusilamiento. Les quitaron dinero, relojes y pertenencias. Las niñas fueron violadas”.
Su reclusión “culmina con el ataque deliberado de los reos comunes más peligrosos contra los presos políticos, instigados por agentes de la policía política del régimen, CNI, infiltrados en la cárcel. No fue una pelea entre presos. Fue una provocación, aprovechando que los presos políticos estaban débiles después de una prolongada huelga de hambre de 19 días, mediante la cual pedían el reconocimiento de su status de presos políticos, la agilización de los procesos y su separación de los presos comunes. Gonzalo había perdido 10 kilos de peso”.
Cálido y transparente, querido por todos, su alma juvenil, su alegría de vivir y su amor por la gente –sembrada en un especial entorno familiar- quedó sellada en los afectos de quienes le conocieron. Orientó su generosidad afiliándose a las Juventudes Comunistas de entonces. La concretó, entre otras vías, en los incipientes trabajos voluntarios de los años 1983 y 1984, que generó vínculos de cientos de jóvenes con pobladores de San Antonio, conociendo de éstos su calor, sus penurias y esperanzas, fortaleciendo en aquéllos -mediante la vivencia práctica- el aprecio al prójimo, especialmente de los modestos, elemento motor de toda persona de Izquierda. Experiencia muy valiosa, que envolvió tanto a él como a otras almas juveniles, desafiando la represión, creando, construyendo y aportando.
Por una parte le indignaba la conculcación de derechos humanos esenciales que la dictadura patronal-militar ejercía; pero, lejos de agotarse allí, revalorando la Justicia social como necesario sustento de la vigencia de tales derechos, procuró, con energía, un régimen que produzca oportunidades sin explotación del semejante.Anheló un orden social justo y satisfactorio, tal como promueve la casi olvidada Declaración Universal de Derechos Humanos, de 1948, derechos cuya verdadera realización buscó. Y es que, como señaló Foucault, sólo puede entenderse por democracia el ejercicio efectivo del poder por parte de una población que no está dividida ni ordenada jerárquicamente en clases.
Paulo Freire nos recordó que estamos condicionados pero no determinados. Gonzalo, al igual que otros muchos jóvenes de entonces, optó por combatir un régimen oprobioso; en él latieron motivaciones activadas por coraje y desprendimiento vital, opción ético-conductual que en el presente exige valoración colectiva.
Su breve pero intensa vida personificó la lucha por el ejercicio y respeto de derechos esenciales. Como las de otros jóvenes, muertos por las medidas de la represión de ayer, pero también por las de hoy. Cuán trágica semejanza guarda la muerte de Gonzalo con la de Alberto Huentecura, miembro de la organización mapuche Meli Witran Mapu, asesinado por otros reclusos, mediante una estocada en el corazón, al interior de la Penitenciaría el 26 de septiembre de 2004.
Luchadores sociales, como los Rodrigo Cisternas, los Jaime Mendoza, los Alex Lemún, los Matías Catrileo, los Juan Collihuin, los Johnny Cariqueo, muertos debido a las políticas y a los aparatos de un conglomerado de gobierno que combina la represión social y la hipocresía mediática como una de sus principales tácticas de conservación.
Alfonso Hernández Molina.
Valparaíso, noviembre 16 de 2009.